Voy a relatar parte de mi experiencia al frente de la Secretaría General de la Fiscalía General de la República por dos períodos consecutivos y con jefes tan variopintos como lo fueron el fiscal Barahona y luego el fiscal Luis Martínez. En esta ocasión me enfocaré en las percepciones que pululan en la antesala del Despacho del Fiscal General, un lugar que por razones de trabajo me tocó visitar innumerables veces, y que se generan en las últimas semanas antes de concluir el período para el cual fueron electos.
Me tocó ver con mis propios ojos como dirían por ahí, con qué seguridad y aplomo ambos fiscales generales estaban más que optimistas que serían reelectos para un nuevo período al frente de la FGR. Después de casi tres años al frente de la Institución, y con algún capital político acumulado por algunos aciertos en su gestión o por lograr a base de compadrazgos o intercambio de favores los apoyos necesarios dentro del mundo político para aspirar a un segundo período, creían casi a ciegas que su reelección sería cuestión de puro trámite. A esta falsa percepción de la realidad contribuye el circulillo de asesores y comunicadores que le endulzan el oído al “señor fiscal”, que luego de ostentar el cargo por un tiempo, fácilmente llega a creerse con palabras de Luis XIV que après moi le déluge (después de mi el diluvio). La realidad sin embargo es muy otra. Lo cierto es que todo el apoyo que recibió al momento de ser electo empieza a erosionarse desde el primer día de su mandato, y parte de su lucha a lo largo de los siguientes tres años tendrá un alto componente de esfuerzos para mantener las simpatías políticas para aspirar a una reelección. Por lo anterior, le diría al nuevo fiscal: Olvídese de la reelección. Esto le permitirá trabajar con más soltura e independencia y verdaderamente en beneficio de la sociedad y del estado y no del interés de ciertos grupos de poder, aunque a veces pareciera que puedan coincidir, pero las más de las veces chocan.
Otro elemento es que días antes de la finalización de su período empiezan a salir los sagaces políticos echándole flores al señor fiscal casi que levantando la mano en la pantalla de la televisión para reelegirlo. No ha habido diputado de los que al momento de votar y que optaron por otro fiscal a excepción quizá de alguno del fmln, que no hablara de la reelección del fiscal Meléndez en términos sumamente esperanzadores. Lo cierto es que la elección del Fiscal General, así como de otros funcionarios de segundo grado terminan siendo una componenda no muy transparente de negociaciones entre los que toman las decisiones políticas, y a ciencia cierta no se sabe por dónde va el tiro.
Dicho lo anterior le deseo la mejor de las suertes al nuevo Fiscal General. Nada de lo dicho anteriormente debería de ser un obstáculo para desarrollar una excelente gestión al frente de una de las Instituciones más importantes para el desarrollo político y social de nuestro país, pero más allá de los puntos estratégicos de su gestión, deberá mantener los pies puestos siempre sobre el pavimento. Tampoco lo anteriormente dicho está reñido con procurar extender el período del fiscal general de entre 4 a 6 años, pero esos son otros cuices fuera del alcance de este artículo.
Amén de todas las presiones y responsabilidades que conlleva ser Fiscal General, también se siente agradable que todo el mundo lo busque, que los altos poderes políticos y fácticos del país lo traten como un chero de años, que de repente le aparezcan cheros que ni la versión más avanzada del Facebook podría encontrar, que sea chinchín preferido de la prensa radial, escrita y audiovisual, pero todo pasa, y con suma rapidez, tres años se van en un abrir y cerrar de ojos.